A la orilla de los días
Una propuesta que se ubica dentro y fuera de la tradición épica, o sea, que también apunta más allá de otra tradición, la del poema extenso en sí mismo pero sin pretensiones de epicidad.
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Como se sabe, el llamado género épico tiene, entre otras características que le han sido asignadas, la de presentar los hechos cumplidos por personajes paradigmáticos o gloriosos, quienes no sólo presentan rasgos propios, sino los que sirven para confirmar la identidad de un grupo, una comunidad o un pueblo. Los ejemplos son bien conocidos, desde el inaugural Gilgamesh, los doscientos mil versos del Mahabhárata, la Ilíada y la Odisea hasta la Divina Comedia, el Paraíso perdido, la Tierra baldía, El sueño de la escalinatas, el Cantar de las huestes de Igor, el Poema del Mío Cid, el Canto general, el Martín Fierro, y un extenso etcétera.
Pero, para el caso de A la orilla de los días, de Raúl Bravo, más allá de todas las diferencias visibles o aceptables como una especie de sobrentendido, no pretendemos enlazar a fuerza esta epopeya en siete jornadas con tan copiosos y aceptados antecesores. Simplemente, percibimos el elaborado texto de Bravo como una propuesta que se ubica dentro y fuera de la tradición épica, o sea, que también apunta más allá de otra tradición, la del poema extenso en sí mismo pero sin pretensiones de epicidad. Hay ejemplos de esto en la poesía mexicana, que no comentaremos por meras razones de espacio.
El poema de Bravo se divide, ya lo advertimos, en siete jornadas: «Día primero», «Día segundo», etcétera, y las distintas modalidades tipográficas parecen señalar un entretejido de voces que conducen la diégesis; voces comprometidas con los diferentes niveles de un relato que, en definitiva, podría incluirse en una épica esencialmente espiritual, hecho que de por sí la aleja del género visto históricamente. Claro, que si aguzamos la intención crítica, en A la orilla de los días pueden aparecer, como sustancias diluidas aunque de presencia constructiva, resonancias que acercan el poema a la claridad de los tonos de Dante, Kavafis, el Saint John-Persede Anabasis y el evidente de Shakespeare por el verso que, como un ritornello, afirma y ayuda a la estructura de cada sección y, por ello, del poema todo: «Sólo persiste el estrépito y la furia»; a excepción del «Día quinto».
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